El actual proyecto de Servicios de Comunicación Audiovisual que está tratando el Congreso Nacional ha disparado en la sociedad diferentes y encontradas reacciones que, a mi entender, tienen origen en el caldeado estado social que nos impregna a los argentinos desde la polémica disputa Gobierno – campo por la ley de retenciones a las exportaciones. Por lo árido, complejo e incompleto del texto de la ley (que ya sufrió modificaciones en la media sanción de la cámara de Diputados), y que presenta discusiones en el Senado, omitiré referirme a los aspectos técnicos y abordar este artículo desde la experiencia y trato con colegas que practica el oficio desde el interior del interior.
En estas tierras, alejadas geográfica, técnica, comercial y profesionalmente, es casi unánime el respaldo a la nueva ley. Porqué? es la primera pregunta.
Es que para los habitantes del interior, desde hace por lo menos una década los “medios locales” prácticamente han desaparecido. Los periodistas que se formaban y trataban de desarrollar algún proyecto en sus regiones debieron ceder a la tentación de trabajar para algún “medio grande”, los más afortunados, dedicarse a las “oficinas de prensa” de municipios, instituciones o dirigentes; o dedicarse a “otra cosa”. Los comerciantes y empresas locales perdieron lugares para hacer publicidad, o reducir el universo a sólo aquellos que pueden contratar algún aviso en los medios grandes, y así imponer un modelo de negocios local. Los destinatarios de los medios, la opinión pública se olvidó prácticamente de los medios locales sobrevivientes porque no logran ofrecer una programación diaria completa y variada y se convierten, en la mayoría de los casos, en repetidoras de música y copetes noticiosos de información general completamente ajena a la localidad y entornos cercanos.
Esta anomia impuesta por la “oferta” descontrolada del espectro de señales, obligación del Gobierno, permitió que esos vacíos fueran rápidamente ocupados por las “grandes cadenas” de medios televisivos y radiales que con apta voracidad se alzaron con radios de FM, que antes contenían programas locales y hoy son parlantes de propagación de programas pensados, hechos y difundidos desde las grandes capitales. En el sistema de televisión por cable el escenario fue peor: tan sólo dos empresas con cabezales en Buenos Aires y en Córdoba que barrieron con la programación local que se exigía en el comienzo y que, por esa falta de control del Gobierno, desapareció, y con ello el sonido y las imágenes de cada lugar que tanto permitían fortalecer las identidades locales y fomentar cantidades de periodistas, productores, camarógrafos, vendedores, secretarias en cada población. A ello se le sumaba el cerrojo al acceso de licencias de instituciones intermedias como cooperativas, municipales o ong para ocupar esos vacíos con emprendimientos locales.
En este contexto, la nueva ley es bien recibida en prácticamente todo el interior que extraña al “medio local”. La obligación de particionar en tres la oferta que hoy sólo dominan uno o dos a gran escala, pero es inexistente en nuestras comunidades, asoma como un proyecto superador. El temor de algunos sectores a que el Estado ejerza un rol de agente controlador de contenidos y tendencias suena como un argumento razonable, por la triste historia de experiencias anteriores de intervencionismo estatal, pero no es novedoso. En la actualidad el modelo funciona a la inversa: es el mercado dominado el que manipula contenidos y silencios, y marca agenda. La variedad de la posible oferta obligará al Estado a la impracticable creación de un ejército de “censores” en cada lugar. La negociación del futuro de los medios en las grandes ciudades definitivamente nos excede si no se corrige el modelo propuestos de repartir en tres la explotación de los medios en las ciudades de menos de 500 mil habitantes.
De sancionarse de manera favorable los operadores de los medios locales, los periodistas y todo el plantel que puedan trabajar en ellos tendrán una nueva oportunidad y también un desafío: mejorarse y corregir los errores que los llevaron a su propia desaparición a favor de los grandes medios que no encontraron reparos en sus objetivos.
Será por eso, la falta de medios locales que cuenten y muestren lo que pasa en cada lugar, que la sociedad no llega a fracturarse con esta ley como ocurrió con el conflicto Gobierno – campo, en donde los grandes medios reprodujeron al unísono un discurso.
En estas tierras, alejadas geográfica, técnica, comercial y profesionalmente, es casi unánime el respaldo a la nueva ley. Porqué? es la primera pregunta.
Es que para los habitantes del interior, desde hace por lo menos una década los “medios locales” prácticamente han desaparecido. Los periodistas que se formaban y trataban de desarrollar algún proyecto en sus regiones debieron ceder a la tentación de trabajar para algún “medio grande”, los más afortunados, dedicarse a las “oficinas de prensa” de municipios, instituciones o dirigentes; o dedicarse a “otra cosa”. Los comerciantes y empresas locales perdieron lugares para hacer publicidad, o reducir el universo a sólo aquellos que pueden contratar algún aviso en los medios grandes, y así imponer un modelo de negocios local. Los destinatarios de los medios, la opinión pública se olvidó prácticamente de los medios locales sobrevivientes porque no logran ofrecer una programación diaria completa y variada y se convierten, en la mayoría de los casos, en repetidoras de música y copetes noticiosos de información general completamente ajena a la localidad y entornos cercanos.
Esta anomia impuesta por la “oferta” descontrolada del espectro de señales, obligación del Gobierno, permitió que esos vacíos fueran rápidamente ocupados por las “grandes cadenas” de medios televisivos y radiales que con apta voracidad se alzaron con radios de FM, que antes contenían programas locales y hoy son parlantes de propagación de programas pensados, hechos y difundidos desde las grandes capitales. En el sistema de televisión por cable el escenario fue peor: tan sólo dos empresas con cabezales en Buenos Aires y en Córdoba que barrieron con la programación local que se exigía en el comienzo y que, por esa falta de control del Gobierno, desapareció, y con ello el sonido y las imágenes de cada lugar que tanto permitían fortalecer las identidades locales y fomentar cantidades de periodistas, productores, camarógrafos, vendedores, secretarias en cada población. A ello se le sumaba el cerrojo al acceso de licencias de instituciones intermedias como cooperativas, municipales o ong para ocupar esos vacíos con emprendimientos locales.
En este contexto, la nueva ley es bien recibida en prácticamente todo el interior que extraña al “medio local”. La obligación de particionar en tres la oferta que hoy sólo dominan uno o dos a gran escala, pero es inexistente en nuestras comunidades, asoma como un proyecto superador. El temor de algunos sectores a que el Estado ejerza un rol de agente controlador de contenidos y tendencias suena como un argumento razonable, por la triste historia de experiencias anteriores de intervencionismo estatal, pero no es novedoso. En la actualidad el modelo funciona a la inversa: es el mercado dominado el que manipula contenidos y silencios, y marca agenda. La variedad de la posible oferta obligará al Estado a la impracticable creación de un ejército de “censores” en cada lugar. La negociación del futuro de los medios en las grandes ciudades definitivamente nos excede si no se corrige el modelo propuestos de repartir en tres la explotación de los medios en las ciudades de menos de 500 mil habitantes.
De sancionarse de manera favorable los operadores de los medios locales, los periodistas y todo el plantel que puedan trabajar en ellos tendrán una nueva oportunidad y también un desafío: mejorarse y corregir los errores que los llevaron a su propia desaparición a favor de los grandes medios que no encontraron reparos en sus objetivos.
Será por eso, la falta de medios locales que cuenten y muestren lo que pasa en cada lugar, que la sociedad no llega a fracturarse con esta ley como ocurrió con el conflicto Gobierno – campo, en donde los grandes medios reprodujeron al unísono un discurso.