Hace 13 años, el 3 de noviembre de 1995 pasadas las 9 de la mañana, una seguidilla de explosiones hizo que la señorita Charo despegara sus pies del suelo unos 5 centímetros, inmediatamente después de que la onda expansiva rompiera el vidrio de nuestra aula en cientos de pedazos. Faltaba poco para el recreo de las 9.10 y el olor de los sandwiches calientes que vendían en la cantina se empezaba a notar. Tenía 9 años, estaba en cuarto grado de la Escuela Normal Superior José Manuel Estrada de Almafuerte y nunca había visto algo así. Las detonaciones, incesantes, se escuchaban con claridad a pesar de los 15 kilómetros que separan a Almafuerte de Río Tercero. El piso temblaba y algunos pensaron en un terremoto. En 10 minutos evacuaron el colegio y nos mandaron a todos a formar una ronda gigante, tomados de la mano, en el patio de baldosas, donde izábamos la bandera todas las mañanas. Luego de que cada grado interrumpiera sus clases, salimos afuera y vimos un gigantesco hongo de humo que crecía en el aire. "Es la fábrica, es la fábrica, explotó la fábrica". Se escuchaban gritos y llantos. Hasta sirenas de ambulancias. Muchos de los padres de mis compañeros trabajaban en Río Tercero. El tiempo pasaba y todo se ponía más espeso. Las informaciones eran confusas. A eso de las diez de la mañana empezaron a llegar los padres para retirar a sus hijos. Mi vieja cerró la casa con llave y nos cargó a los tres en el auto. Nos fuimos a Córdoba por el lado de las sierras, esquivando el epicentro de la catástrofe; con una radio portátil encendida a todo volumen porque el Fiat Vivacce modelo 93 no traía estéreo. Una vez instalados en la ciudad de Córdoba, y asegurados que nuestros familiares y conocidos estaban bien, prendimos la televisión y las imágenes que devolvían los noticieros locales parecían sacadas de una guerra. Escombros, esquirlas, humo, fuego, casas y autos destrozados, gente corriendo desesperada pidiendo ayuda. Un hombre con el rostro manchado en sangre mostraba lo que había quedado de su casa mientras aún se escuchaban las detonaciones en la Fábrica Militar. Muchos ciudadanos huyeron con lo puesto a poblaciones vecinas. Almafuerte fue uno de los pueblos que más autoevacuados recibió. Las plazas se llenaron de familias, cientos de autos encendían sus radios, y las casas vecinas abrían sus puertas para que pudieran avisar a sus seres queridos que estaban a salvo. También les daban agua y algo para comer. Aquella calurosa tarde de viernes era el comienzo del primer fin de semana de noviembre, el más largo de todas sus vidas. Que parezca un accidente. Luego hubo una conferencia de prensa del entonces gobernador Ramón Mestre y del ex Presidente Carlos Menem, ambos aseguraron que se trató de un "accidente". No tardaron en llegar las voces que alertaban sobre la conexión entre la venta ilegal de armas a Croacia y Ecuador y los sucesos de esa mañana. Al parecer había armamento que debía "desaparecer" de la Fábrica Militar, y no repararon que una ciudad podía volar por los aires. Hubo siete muertos. Fue el tercer atentado en la era menemista, todos impunes. Hasta ahora hay cinco militares con procesamiento firme y tres civiles, entre ellos el ex presidente Carlos Menem, que han apelado esa acusación. Para los que vivimos de cerca aquella trágica mañana, es una luz de esperanza que la justicia, después de 13 años, empiece a remover los escombros de una causa, que como la ciudad de Río Tercero aquel 3 de noviembre, estuvo a punto de desaparecer.
POR Fernando Pittaro para www.perfil.com
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